
El General Don José Manso i Solá, Conde de Llobregat, nació en un caserío de las montañas barcelonesas de Borredá el 26 de septiembre de 1785. Sus primeros años los pasó con sus padres trabajando en tareas agrícolas, así como a la fabricación de bayetas con telares.
La vocación militar la sintió durante el levantamiento de Borredá contra los franceses en la Guerra de la Independencia siendo nombrado Teniente cuando contaba con menos de veintitrés años de edad.
El Excmo. Sr. D. José Manso se casó con Dª Felipa Juliol, hija del Regidor Perpetuo de Barcelona.
De conducta prudente y conciliadora, tras obtener el empleo militar de General el 21 de abril de 1812 fue destinado como Gobernador de la provincia de Málaga, cargo que ocupó hasta 1831 recibiendo al mismo tiempo del Rey Carlos X de Francia las insignias de Comendador de la Orden de San Luis. En aquella época Málaga era una ciudad donde el número de asesinatos que se cometía en las calles y en las cárceles había llegado a escandalizar el País. Por ello organizó el funcionamiento de los presidios de la Ciudad, construyó cementerios para católicos y protestantes (el camposanto objeto de esta modesta obra) Hizo reparaciones en el río Guadalmedina evitando con ello los daños de las crecidas. Bajo su mando consiguió disminuir los crímenes siendo elogiado por su gran labor por el Ayuntamiento.
Cuando fue destinado por el gobierno para las provincias Vascongadas recibió el encargo urgente de hacerse cargo del Gobierno de Cádiz por haber sido asesinado el gobernador. En noviembre de 1843 obtuvo el título de Conde de Llobregat. Su carrera culminó con el nombramiento de Senador del Reino por Real Decreto de 26 de diciembre de 1843. El General Manso murió el 23 de mayo de 1863, con 78 años en Madrid, siendo el General más antiguo del ejército y paradójicamente nunca ingresó en ninguna academia militar recibiendo su formación de manera autodidacta de los libros y manuales de instrucción militar. Manso decía de sí mismo que las reglas de mando las había aprendido del catecismo como el mejor libro que conocía y para gobernar se había servido de las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.